domingo, 6 de febrero de 2011

Las cadenas de Maastricht


Se quejan algunos de la poca fuerza política que tiene la Unión Europea, hoy en día. La crítica fácil del: ¿Por qué no vamos todos a una? Esa es una pregunta tendenciosa y cargada de demagogia que lejos está de la realidad y de las posibilidades de una hipotética Unión Política.

De todas formas, eso es lo que muchos pretenden hoy en día. La sustitución de los Estados Nacionales a favor de un nuevo Estado Continental que lejos de enriquecer al Viejo Continente, lo empobrezca y lo reduzca a la mínima expresión identitaria. Hay muchísimos intereses que tiran del carro de la limitación de los poderes nacionales a favor de los comunitarios, por la sencilla incapacidad de saber llevar las riendas de sus (o nuestras) propias fronteras.

Obviar la historia de Europa y su diversidad cultural, y favorecer a una nueva cultura-política europea, que haga sombra a los Estados nacionales (levantados con sudor y lágrimas a lo largo de los siglos) me parece una de las mayores aberraciones de la democracia moderna continental.

Es peligroso y dañino para un Estado someterse a directrices que le obligan a negarse a sí mismo como Nación. Obligaciones como la de admitir el derecho a votar y a ser candidato en las elecciones europeas y municipales por parte de los inmigrantes (con permiso de residencia). A mí personalmente me parece un ataque a la historia, a la identidad nacional y la propia personalidad jurídica de un Estado como el nuestro.

Se avecinan fracturas sociales en todo Occidente, si no se consigue restaurar el orden histórico, demográfico y geográfico que parecía haberse consolidado decenios atrás. Y que sin embargo algunos iluminados (autodenominados progresistas) se han encargado de aniquilar y mutilar en su afán de demoler los sentimientos patrios de los ciudadanos.